La educación, dice Marina, es generadora de talento, entendido como el buen uso de la inteligencia. ¿Son nuestras escuelas entornos de aprendizaje que alienten y faciliten la generación del talento individual y grupal de nuestros alumnos? Es difícil hallar una única respuesta a esta cuestión, pero en cualquier caso, hay evidencias que manifiestan que tenemos margen para la mejora.

No obstante, la pregunta que me hago es sobre la finalidad que perseguimos con la educación, o dicho de otro modo sobre ¿qué entendemos por el buen uso de la inteligencia?

En ésta reflexión educativa podemos aportar diferentes perspectivas que consideren la didáctica, la psicología y la pedagogía, pero sin la antropología no podremos responder a la pregunta sobre el buen uso de la inteligencia. Centrar la renovación educativa exclusivamente en los avances en la neurociencia y en la psicología supone presuponer que tenemos una respuesta válida y asumida a nuestra pregunta. Hacerlo presupone que se trata sólo de conocer con más detalle como aprenden nuestros alumnos y obrar en consecuencia.

Volviendo a la cuestión planteada, Marina acude a la historia para analizar las respuestas que ha ido dando la humanidad. En su análisis identifica elementos vinculados a la reproducción social, a la construcción personal, a la construcción de la convivencia, a la preparación para participar y progresar en un mundo acelerado y cambiante, a la preparación para el mundo laboral y a la educación para la felicidad.

Pero, ¿para nosotros cual es la respuesta? Para una escuela salesiana ¿cuál es la finalidad de la educación? Sin ánimo de agotar la respuesta, sí que me parece que la intencionalidad de todo educador salesiano debe ser la promoción de la plena realización humana y cristiana de las personas de nuestros alumnos. Nuestra antropología nace de la experiencia de la fe y del testimonio carismático de San Juan Bosco. Dios, como horizonte de vida para el joven, ilumina su auténtica verdad.  En el proceso de cambio que está viviendo la escuela salesiana debemos partir de estas finalidades educativas y pastorales que tienen plena vigencia.

Por otra parte, cualquier cambio, también el educativo, debe ser sistémico, es decir, debe ir de las personas a los sistemas y de éstos a las personas. En nuestras casas la educación se inicia dando la palabra a los jóvenes. Toda propuesta educativa que quiera ser exitosa, que aspire a transformar la vida de las personas, debe nacer del encuentro con los alumnos. Hoy es prioritaria la presencia activa de los educadores en los espacios que frecuentan los jóvenes. El cambio debe ser desde ellos, con ellos y para ellos. Son nuestro presente y el futuro de la sociedad.

CARLES RUBIO / Escuelas SMX / pastoraljuvenil.es

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