“Con mis once años, yo lo veo así. Vengo cada tarde al centro, y lo pasamos bien. Los educadores (les llamamos “profes”, aunque sabemos que no les gusta) se portan bien. A veces se tienen que poner serios. Porque algunos (hay que reconocerlo) se pasan (nos pasamos). Se oyen muchos “no quiero”, “no me da la gana”, “no me toques”; y se ven bastantes faltas de respeto. No nos callamos, no hacemos caso, algunos en seguida se enfadan y se pelean entre ellos, nos quejamos mucho, gritamos, no nos escuchamos… Sabemos lo que tenemos que hacer, pero no lo hacemos. Vale, no es justo, está mal, pero somos así, no sé por qué.

Un día un niño se enfadó, porque, según él, el educador la faltó al respeto. Y era mentira, la culpa era suya, que no escuchaba ni hacía caso. Pero se pone como una fiera, no se controla, y quiere tener razón. Esa vez no la tenía. Y después se lo explicaron al padre. Y estuvieron muuuucho rato hablando. Pero nada, que al niño lo habían tratado mal, que le habían faltado al respeto, y que eso no podía ser. Lo que tuvieron que aguantar los educadores y las cosas que tuvieron que oír, hasta conseguir que les escuchara un poco.

Mis padres nunca se vienen a quejar. Es que nunca vienen, porque no están. A mis hermanos y a mí nos vienen a recoger o mis primas, o algún tío, depende del día. Mis padres no están. Están fuera. Bueno, en este barrio hay padres y familiares nuestros que pasan alguna temporada fuera, en la cárcel. A lo mejor eso también hace que algunos de nosotros estemos más nerviosos algunos días, y también por otras cosas que pasan en las familias. Supongo que venimos al centro, en parte por eso. Y aquí estamos bien, aunque la liamos a veces. Estamos mejor que en casa. O que en la calle.

Yo pienso en los educadores. Me fijo en ellos, los pongo a prueba y les hago preguntas comprometedoras -lo sé-, me río, y disfruto cuando veo que no saben de qué nos reímos. Pero estoy a gusto con ellos, la verdad. Todos nos saludan, nos preguntan, juegan con nosotros, nos escuchan, nos dicen cosas interesantes, están por nosotros, nos ayudan, nos hacen bromas simpáticas, se meten con nosotros, se despiden de nosotros cuando nos vamos…

Y me pregunto por qué lo hacen. Porque tienen mucha paciencia y mucho aguante cuando no nos comportamos como debemos (yo, la verdad, no tendría tanta paciencia).

Yo creo que hacen lo que tienen que hacer, y que no puedan dejar que hagamos lo que queramos, si no sería todo un follón y nadie aguantaría.

Yo creo que nos quieren; si no fuera por eso, me parece que no estarían aquí.

Con mis once años, yo lo veo así.”

Pepe Alamán, sdb (pastoraljuvenil.es)

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